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Contraargumentos sobre el retroceso glaciar como prueba de cambio climático antropogénico


Retroceso glaciar desde antes de 1950 (fin de la Pequeña Edad de Hielo)

Numerosos estudios documentan que muchos glaciares empezaron a retroceder hacia mediados del siglo XIX, coincidiendo con el fin de la Pequeña Edad de Hielo (~1850), mucho antes del gran auge de emisiones de CO₂ a partir de 1950. Por ejemplo, registros históricos indican que los glaciares en Norteamérica occidental formados durante la Pequeña Edad de Hielo comenzaron a retraerse ya entre 1850–1855. Un estudio publicado en Science estimó que sólo el 25 ± 35% de la pérdida de masa glaciar global desde 1851 hasta 2010 se puede atribuir a causas antropogénicas, con la mayor parte del retroceso temprano debido a la variabilidad natural del clima. En línea con esto, muchas masas de hielo retrocedieron durante el calentamiento de la primera mitad del siglo XX y alrededor de 1950 habían menguado de forma significativa, pero luego mostraron avances temporales entre ~1950 y 1980 durante un período de enfriamiento global leve. Este contexto histórico sugiere que el retroceso glaciar no es un fenómeno exclusivo de la era de alto CO₂, sino que se inició por un calentamiento natural pos-LIA, reforzado más tarde por las influencias antropogénicas modernas.

Vulcanismo subglacial en Groenlandia y Antártida (derretimiento basal)

Evidencias geológicas y satelitales muestran que procesos volcánicos y geotérmicos bajo las capas de hielo pueden contribuir al derretimiento desde abajo, independientemente del calentamiento atmosférico. En la Antártida Occidental, por ejemplo, se ha detectado un penacho mantélico activo bajo la zona de Marie Byrd Land que aporta calor desde el interior de la Tierra, explicando parte del derretimiento que forma lagos y ríos subglaciales bajo el hielo. De hecho, un estudio identificó hasta 138 volcanes subglaciales solo en la Antártida Occidental, indicando una provincia volcánica oculta de gran escala. Este vulcanismo de fondo eleva el flujo geotérmico basal: datos aerogeofísicos recientes revelan que glaciares antárticos vulnerables como Thwaites están asentados sobre zonas de flujo de calor anormalmente alto, vinculado al rift tectónico de la Antártida Occidental. En Groenlandia también se han hallado indicios de calor geotérmico elevado bajo el hielo; mediciones directas en el noreste de Groenlandia confirman una fuente de calor de ~93 mW/m² bajo la base helada, lo que podría explicar la fusión basal y las altas velocidades de flujo del hielo en esa región. En conjunto, estas evidencias sugieren que el derretimiento del hielo desde abajo (por actividad volcánica o geotérmica) es un factor adicional a considerar en la dinámica glaciar, particularmente en Groenlandia y zonas inestables de la Antártida, independientemente del calentamiento global superficial.

Glaciares estables o en avance en la actualidad (ejemplo: Anomalía del Karakórum)

Aunque la tendencia global es de retracción, existen regiones puntuales donde los glaciares se mantienen estables o incluso crecen en las últimas décadas. El caso más destacado es la Anomalía del Karakórum: en esta cordillera de Asia (Pakistán, India, China), los glaciares han mostrado balances de masa equilibrados o ligeramente positivos en las últimas dos décadas, con lenguas glaciales estables o avanzando ligeramente. Estudios de campo y satelitales revelan que en Karakórum ha habido un incremento en la velocidad de flujo de hielo y frecuentes surgencias glaciares, en marcado contraste con el resto del Himalaya y Alta Asia, donde domina el retroceso y adelgazamiento glaciar. Asimismo, se han documentado otros ejemplos locales de glaciares en avance: por ejemplo, el glaciar Hubbard en Alaska (junto con otros glaciares costeros que descargan en fiordos) ha estado ganando masa y avanzando en las últimas décadas. Estas excepciones regionales —atribuibles a patrones climáticos locales, mayor precipitación/nieve o particularidades topográficas— demuestran que no todos los glaciares responden igual al cambio climático, y resaltan la importancia de considerar variaciones regionales al evaluar la criósfera.

Cuestionamientos al uso de fotos comparativas de glaciares (contexto y sesgo visual)

La comparación de fotografías históricas "antes y después" de glaciares se ha convertido en una poderosa herramienta para comunicar el cambio climático, pero analistas advierten sobre posibles sesgos si estas imágenes se usan sin el contexto adecuado. La apariencia de un glaciar en fotos puede variar por factores ajenos al clima (estación del año, ángulo y distancia de la toma, nevadas recientes, etc.), por lo que comparar dos imágenes podría inducir a conclusiones erróneas si no se controla cuidadosamente estas variables. Científicos del U.S. Geological Survey enfatizan que cada glaciar responde de forma única a condiciones locales (orientación, altitud, patrones de viento y avalanchas, dinámica interna), lo que influye en su tasa de avance o retroceso independiente del promedio regional. Esto significa que enfocarse solo en fotografías dramáticas de retrocesos notables puede representar un sesgo de selección – es decir, elegir visualmente los casos más extremos – ignorando glaciares con comportamientos diferentes. En resumen, las fotos comparativas son ilustrativas pero anecdóticas: deben complementarse con datos cuantitativos (mediciones de masa, longitud y espesor a escala poblacional de glaciares) y análisis climatológicos para obtener conclusiones científicas sólidas, evitando sacar pruebas irrefutables de evidencia visual aislada.

Masa total de hielo en la Antártida: aumentos o estabilidad en periodos recientes

Contra la noción de una pérdida uniforme de hielo antártico, existen investigaciones peer-reviewed que muestran periodos de balance de masa neutro o positivo en la Antártida en décadas recientes. Un estudio de la NASA con datos satelitales (altimetría y gravimetría) encontró que la acumulación de nieve en el interior de la Antártida Oriental —remanente de una tendencia iniciada hace 10.000 años— aún aportaba más hielo del que perdían los glaciares periféricos, resultando en una ganancia neta de masa de ~112 mil millones de toneladas por año entre 1992 y 2001. Esta ganancia neta continuó, aunque reducida, en el período 2003–2008 con alrededor de +82 Gt/año. En términos de nivel del mar, dicho excedente de acumulación interior compensó aproximadamente 0,3 mm/año de la subida global del nivel del mar durante esos años. Cabe señalar que estas conclusiones (presentadas por H. Jay Zwally y colegas) fueron controversiales porque difieren de otros estudios; de hecho, el mismo equipo reportó que las pérdidas aceleradas en la Antártida Occidental podrían haber revertido el balance positivo después de ~2009, eliminando el excedente previo. No obstante, los resultados respaldan la idea de que hubo intervalos recientes en que la masa total de hielo antártico se mantuvo estable o incluso creció ligeramente, gracias a aumentos de nevadas, especialmente en el sector oriental. Esto matiza la visión de una Antártida uniformemente en retroceso, subrayando la necesidad de considerar distintas escalas de tiempo y zonas geográficas al evaluar el estado del hielo antártico.

Referencias: Las afirmaciones anteriores se respaldan con fuentes científicas y datos actualizados, incluyendo publicaciones revisadas por pares y reportes de agencias como NASA. Cada cita entre corchetes hace referencia a la fuente original indicada. Por ejemplo, Marzeion et al. (2014) en Science cuantificó la contribución humana al retroceso glaciar, mientras estudios en Nature y Scientific Reports documentaron el rol del calor geotérmico bajo los glaciares de Groenlandia y Antártida. Asimismo, análisis de la Anomalía del Karakórum fueron publicados en Nature Geoscience, y los datos de balance de hielo antártico provienen de estudios de satélite publicados en Journal of Glaciology y resumidos por NASA. Estas fuentes proporcionan el sustento científico a los contraargumentos expuestos.

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